Dos cuerpos enlazados cruzan sus miradas. El sentirse en el interior del otro les hace sentirse imprescindibles. 30 minutos de pasión. Nata, fresas y dos copas de champán. Éxtasis. Una copa se rompe. No importa. Lo que acaba de ocurrir es más importante que cualquier otra cosa. La lujuria atrapa a estos dos cuerpos que en tan sólo 5 minutos vuelven a disfrutar el uno del otro. Besos, mordiscos, caricias,... una espiral circular que no tiene fin. Las estrellas de la noche tapan sus ojos para no ver lo que ocurre en el piso número 22 de la calle Carretas. Desde las rosas que caen sobre el cuerpo de Mena Suvari en American Beauty hasta el látigo que golpea la espalda de un hombre vestido de cuero en las calles de Nueva York, la lujuria abarca un amplio abanico de sensaciones que no tiene fin. Es un pecado religioso pero un regalo de Dios (si existe, claro) para todos los mortales. Momentos en los que no existe nada más que ellos, que nosotros, que tú y yo,... creo que por uno de esos momentos merece la pena vivir. No lo convirtamos en algo frívolo, en algo que se olvide, en un rato de placer sin nombre, en sólo un rostro que difuminará el tiempo.
martes, 19 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
5 comentarios:
No sé yo… es que sólo treinta minutos… joder que mal ando, jajaja
Pensé que ibas a poner una foto de Piolín con un pijama, pero no eres tan artístico tú, jajaja Es buena idea lo de la copa rota, no sé como se te ocurrió…
Kisses
¿Ni durmiendo te despeinas? ¿porque eres tu no?
Bueno es igual, la pasión que no decaiga, vamos arriba
Besos
joe, yo en mi estado y tu publicando textos lujuriosos... no me ayudas, eh??
:p
Se besaban deprisa, con un ansia que hasta entonces no habían empleado. Se besaban así por cada uno de los días que no habían podido besarse, y parecía que quisieran comerse el alma el uno al otro. Y las más noctámbulas estrellas, que aún no se habían rendido al lejano soplo del amanecer, pudieron ver nítidamente la escena, pues no existía edificio ni antena que se lo impidiesen. Afanosos y vehementes, se mordían, se tocaban, llevados por un instinto irracional que les exigía cohabitarse el uno en el otro, recorrerse, beberse el aliento, casi que enamorarse.
El cielo negro fosforecía. Mario sintió otra vez las ganas de llorar. Los besos eran ahora ahogos rabiosos que no acababan de comprenderse a sí mismos. Una caricia. El Universo entero cabía en una caricia. ¿Cómo puede cuantificarse un beso? ¿Cuánto vale la ternura? ¿Cuánto vale un silencio?
Pero dolía, y mucho. Volvía a flotar en el interior del coche la duda de todas las veces. Y se preguntaban en voz alta si de veras merecía la pena mantener esa locura, ese disparate siempre insatisfecho que luego, cuando regresaran a su vida cuerda, lúcida y prudente de cada día, les hostigaría y hasta impediría disfrutar del recuerdo de esa otra noche ganada.
Se cuestionaban si era o no un acto inmoral. Mario se acordó de los curas de la escuela. Según los curas de la escuela, lo era del todo. Pero la moral es relativa, y depende de las circunstancias. Tal vez era todo producto de un caos psicológico que algún día superarían; pero también el caos tiene leyes, aunque sean ignoradas. ¿Habían fracasado acaso? Fracasa sólo el que no osa. Allí no importaba lo que pudiera pasar al día siguiente, quizás porque el día siguiente podía no llegar nunca.
Si por casualidad llegaba, volverían a sonreír al levantarse, y al llegar al trabajo, volverían a discutir con algún gerente estúpido que les sacara de quicio, y nadie sospecharía nada. Eran maestros en el arte de guardar las formas, aunque no hubiera contenido. Aunque también doliese mucho.
Camino a la ciudad, Mario conducía más despacio, nervioso, mimado por una mano dulce que reconocía cada palmo de su piel, insatisfecha y amante, como siempre. El pecho, la cara, la entrepierna abultada, las manos. Apenas había coches en la carretera. Mario repensó que no bosquejaría ningún mañana. Bastante tiempo de su vida perdía ya organizando su vida. No precisaba desperdiciarlo más.
¿Y si se atrevía? ¿Qué podría pasar si se atrevía a prolongar la noche? No le quiso dar muchas vueltas; si lo meditaba, jamás actuaría. En un cambio de sentido, giró el volante. La mano dulce, insatisfecha y amante interrumpió su menester:
- ¿Dónde vamos, Mario?- susurró con una cadencia extenuada y somnolienta.
- Créeme que eso no importa, Javier.
El oriente germinaba en el linde que separa el éter de la tierra. Pero el coche de
Mario rodaba en dirección contraria. Tenía miedo de que tampoco el amanecer les aceptara.
Verdad, Mercedes, no sé cómo se me pudo ocurrir.
Luz de gas, no soy yo. Es un amigo mío después de una noche de pasión, jeje, nooo, es la foto de la lujuría, por lo menos intento expresar eso y el modelo, me ayudó. Ahh y viva la pasión!!!
Cherryyyy, con lo lujuriosa q eres tú y me vas a echar a mi la culpa, jeje.
Ego, me ha encantado tu comentario, quizá el que más me haya gustado de la historia de mi blog. Me siento orgulloso de tenerlo. Una historia alucinante. Hay veces en las que por mucho q no quieras tienes q dejarte llevar por los impusos y por lo más carnal. Yo siempre digo que ya se pensará después. Muchas gracias, ego.
Un besazo a todos
Publicar un comentario