
No puedo empezar este texto sin darle la enhorabuena, una vez más, a Almodóvar y a todo el equipo de El deseo por esta creación. Vuelve a no defraudarme -este es el miedo que uno tiene antes de ver una película de tu director favorito- de su obra, vuelvo a decir con la cabeza bien alta: "¡Adoro a Almodóvar!"
Los abrazos rotos es una historia de amor superramificada de la que nadie saca ningún provecho final. Dos épocas, una película de ficción dentro de la ficción, Chicas y maletas (a imagen y semejanza de Mujeres al borde de un ataque de nervios), un director, una actriz y un rico empresario. Ahí tienes un triángulo amoroso, que incentivas más aún si del director está anamorada su mano derecha -más que mano podemos decir ojos, pues el director es ciego-. No quiero adelantar más nada de la trama, así que no digo más.
El amor mueve montañas y en este caso son las negras montañas de Lanzarote las que cubren el abrazo de dos enamorados. Lena y Mario pueden ser quizá los dos desconocidos a los que, sin querer, Almodóvar fotografió. Su amor está unido por su pasión al séptimo arte, ¿eres capaz de dar todo tu cuerpo y tu alma por el cine?
Lluis Homar es el protagonista absoluto -interpretación extremadamente minuciosa- , sin embargo, Penélope Cruz se come la pantalla con su presencia en la mayoría de las ocasiones. Con un personaje muy complicado, sufridor y luchador, Penélope huye de sus anteriores papeles y se enfrenta a una nueva realidad, la que ve a través de sus ojos, de los ojos de Lena. Blanca Portillo es el poder de la culpa. Su personaje, Judith, no puede olvidar su pasado y vive amargada por sus propios secretos. Por último, una mención especial a Tomar Navas, que es el descubrimiento personalizado, y al malo de la película, Jose Luis García.
¿Puede uno dañar tanto a la persona a la que amas?